jueves, febrero 16, 2006

¡Pero que pachorra!

Como ya habréis supuesto a estas alturas del blog, en un barrio como La Taxonera no vive un pelagatos cualquiera. La gente que decide venir aquí a pasar sus días suele ser gente fuera de lo común, cuyas aspiraciones en la vida poco tienen que ver con la del común mortal. Los valores morales que reinan en el resto de la sociedad son observados desde aquí con un cierto distanciamiento y conmiseración.
Por ejemplo, un mindundi cualquiera a la que se le da un jardín tiende a cuidarlo de forma convulsiva: ora podo las mimosas, ora injerto el limonero, ora fertilizo los rododendros, pasando horas y horas sin mayor ocupación que la de dar a ese pedazo de tierra un aspecto harto relamido.
El vecino Taxonenco, conocedor de que la naturaleza debe ser libre, dejará crecer a su antojo a cuanta planta tenga a bien nacer en sus dominios. Poco le importará la altura del césped, la disposición de los geranios o el color de las prímulas. El hombre, centro del Universo, tiene en la vida funciones más elevadas.
Imaginad al individuo que habita en la finca de la imagen (¿Tarzán? ¿el nota aquel de Jumanji?). Seguramente, mientras el ficus se abre paso en toda su grandeza, él debe estar en el sofá, con la mirada fija en el techo, resolviendo algún problema cosmogónico, catalogando los números primos o, por que no, viendo por la tele el Diario de Patricia.



No es seguro del todo pero se dice que Joseph Ratzinger nació en La Taxonera.